José María Arguedas habría cumplido cien años. En estos días releí sus obras, investigué su vida y comencé a escribir un ensayo sobre sus novelas. Quería reconstruir la trama de su tragedia, el rompecabezas de su dolor, y las piezas ocultas de su desamparo y hasta su marginalidad literaria. Como en las tablas de Sarhua intentaba contar su historia y la de sus historias. Todavía no terminaba de encontrar las claves de su mente y mi cabeza ya bullía de imágenes que finalmente capté sobre una tela. A la semana el espacio parecía pequeño para seguir contando su vida. Decidí anexar otro lienzo para expandir el cuadro. Entre veladuras y graduaciones de color comencé a percibir un mensaje secreto. El resultado está a la vista. Arme usted el puzzle de Arguedas como quiera.
La amistad solo puede nacer de la virtud. Platón, en el diálogo de Lisis Vivíamos en la misma calle y no lo sabíamos. Yo pasaba diariamente por su puerta rumbo al paradero y siempre me preguntaba quién sería ese muchacho flaco y de ojos azules que regaba aquel jardín. Con los días el cosmos encontró una nueva ordenación, y los acontecimientos se confabularon. La azarosa sincronicidad de los hechos de la que hablaba Karl Jung. Lo cierto es que revisando papeles en mi oficina me encontré un boletín, con noticias y artículos sobre el panorama de los barrios de Lima. Había entrevistas, comunicados, fotos, y una suerte de columna de opinión. La hojeé. Era austera, pero se dejaba leer, cosa rara en las publicaciones de este tipo. La dirigía un personaje con nombre sugerente. ¿Quién es Paul Maquet? pregunté al aire en la oficina. Es tu vecino, me respondió el jefe del proyecto. Vive en tu misma calle, y está casado con una de las numerosas hermanas Valdeavellano, que valgan verdad...
