La ventana expropiada y el funcular
El funicular era la escalera mecánica del verano. Bajábamos a la playa en ese artefacto maravilloso sabiendo que largas horas de juego estaban por delante. Y regresábamos agotados al filo del almuerzo haciéndonos más ligero el arribo a casa. Después vino la desidia y el olvido, el abandono y el modernismo, y un escultor con alas en los pies. A Víctor Delfín no se le ocurrió mejor cosa que apropiarse de las vías del funicular y el acantilado. Sobre los terraplenes construyó bungalows de alquiler, pero antes enrejó nuestros ojos. Como el gigante egoísta del cuento de Oscard Wilde levantó un muro y privatizó el paisaje. Hoy en venganza abro su ventana de Domeyer y miro subrepticiamente ese espacio de mar que nos negó. Allí están las playas empedradas y el local de baños que extendía alamedas sobre el mar. Como un eco se escucha todavía, algunos sábados y domingos en la tarde, viejas orquestas que al ritmo de danzones y guarachas hacen bailar a los bañistas