La fiesta del parque
El carnaval tiene su origen en las grandes celebraciones dedicadas a Marduk, principal dios de los sumerios. También en Egipto los seguidores de Isis se dedicaban a festejar a su diosa con pompa y desenfreno, paseando por las calles carros navales (de tales artefactos deriva el nombre de carnaval). Luego los griegos a través de las célebres festividades dedicadas a Dionisos rindieron culto a la vida y los goces del mundo. Los romanos tampoco fueron ajenos a estas conmemoraciones que se realizaban en pleno invierno, durante las Saturnales, y que anunciaban el inicio de una nueva primavera. Con el cristianismo, el carnaval lejos de morir aumentó su presencia en Occidente, quizá como forma de compensación frente a tanta prohibición. Por unas pocas horas se interrumpían los férreos preceptos que alejaban a los hombres y mujeres de los placeres de la carne y del mundo, y todos podían abrir las puertas a su verdadero ser. Un rayo de luz en medio de la más tenebrosa oscuridad.
En carnaval los esclavos dejan de ser tales, los ricos se vuelven mendigos y los pobres, reyes. Todas las prohibiciones caen. Nada está vedado. El mundo se trastoca por un día. El disfraz y la máscara se convierten en el símbolo de la irrestricta libertad. La ley es un absurdo, las jerarquías se desmoronan y todas las convenciones cesan. De allí que escritores y artistas tengan en el carnaval un poderoso motivo y quizá por esta misma razón puedo retratar bailando en el parque de Barranco a personajes tan variados y disímiles. A Susana Baca con Oliver Hardy, a Juan Velasco y supermán junto a la enana de las meninas de Velásquez. Durante el carnaval lo imposible se hace carne y vale.